lunes, 14 de enero de 2013

Dieciocho años de mi vida -Parte I-

Mañana faltarán tres días para mi dieciocho cumpleaños. Esa edad que todo el mundo espera ansiosamente, que necesita que llegue por eso de poder comprar tabaco en un estanco sin tener que inventarse las típicas excusas de "se me ha olvidado el DNI" o la mejor que he escuchado yo de manos de mi Youmustalkme "Me he dejado el DNI en el coche, ¿voy a por él?" (y le vendieron el tabaco a la cabrona). O poder ir a un supermercado tipo el Mercadona para comprar alcohol y no tener que pedirle a un mayor de edad que nos lo pase por caja, o entrar en discotecas, bares y demás sin tener que fingir más de lo que eres.
Pero cuando te paras a pensar "filosofeando" como suelo hacer yo, te das cuenta de que los dieciocho es mucho más que comprar tabaco o tomarte una copa en un bar. Son dieciocho años de tu vida pasados. Cuando cumples la mayoría de edad piensas: "Se acabó, ya puedo cerrar definitivamente la infancia y la adolescencia" Las que dicen que son las mejores etapas de un ser humano. Y aquí viene el tema de esta entrada: se terminó mi adolescencia, bye-bye.
Y pienso: ¿qué he vivido yo que tenga que recordar hasta el día de muerte? Normalmente la adolescencia se une a desamor, a problemas con amigas e incluso el final de alguna amistad, la bipolaridad, tan pronto reír como llorar, sentirte el motor que mueve el mundo y sentirte una mierda en él. Creerte más que nada ni nadie y sentir que no eres nada para nadie... en fin, esas típicas cosas que nos ha ocurrido a todo el mundo.
Y con todo el mundo me incluyo a mí: yo, personalmente, no diría que he vivido algún desamor, más bien lo llamaría desilusión, porque no se si he estado enamorada alguna vez y tampoco se si lo llegaré a saber algún día. Pero si he llorado por un niño, y mucho. Me he sentido una mierda, un pañuelo, algo de usar y tirar... y sí, le guardo rencor, y aunque se que está mal no puedo evitarlo, sencillamente le veo y sólo tengo ganas de hacerle sentir lo que me hizo sentir a mí. Pero aún así es al primero al que le doy gracias por haber aparecido en mi vida, por haberme hecho sentir como hizo y por haberme hecho todas las cosas que me hizo.
¿El fin de una amistad? Bueno, ya todos los que habéis leído algo de este blog sabéis que sí, he tenido la puta desgracia de vivir eso. Y sinceramente ni a mi peor enemigo le deseo lo que me ocurrió a mí. No puedo explicar con palabras lo que sentí (y a veces, en momentos de bajón, sigo sintiendo) cuando ocurrió. Sentirme verdaderamente sola, sentir que no voy a conseguir avanzar, que sin ellas nada va a ser igual, tener que verles todos los días y no poder decirles que les echo de menos, que no quiero seguir así, que les necesito en mi vida, y que les necesito de verdad. Aguantar sus burlas, sus desplantes, sus risas por lo bajo, sus insultos, y todo eso de manos de las personas que significaron todo para mí, y cuando todo me refiero a mi vida entera. En mis dieciocho años de vida he perdido, verdaderamente, tres amigas que fueron indispensables para mí en su momento y de verdad, es algo que ojalá no me pase nunca más por que hoy en día me pregunto cómo pude superarlo y seguir adelante (y hasta hoy sigo intentando recuperarme del todo). Yo creo que simplemente dejé que pasaran los días con sus horas y sus minutos, esperando que por una inspiración sobrenatural se pasara el dolor. Afortunadamente no me había dado cuenta que no estuve sola en ningún momento, y por algo sobrenatural no se, pero lo que sí se seguro es que gracias a Irene Legarda he vuelto a sonreír y a creer que la amistad si puede existir. Y por este motivo a esas tres niñas que me hicieron tanto daño hoy les doy las gracias, por que sin ellas no habría conocido verdaderamente a Irene, y se habría quedado en la simple compañera que era antes.
cont.

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